La ausencia de un conflicto entre los trabajadores y los patronos o dueños de la empresa, o mejor dicho, la ausencia misma de patronos como algo distinguible de los trabajadores, convierte las huelgas de la Universidad en representaciones cuasi teatrales que me resulta imposible tomar en serio. La insoportable levedad de las huelgas universitarias se ve aumentada por el regocijo que se causa al usuario del servicio, el estudiante, muy al contrario que en una huelga de recogida de basura, de transporte públicos o de hospitales, que dejan un reguero de gente cabreada.
A la falta de conflicto y de damnificados hay que añadir, en parte como consecuencia, la falta de sacrificio personal: los huelguistas no trabajan, pero cobran su sueldo. Dado que entre las muy terribles condiciones laborales de los profesores de Universidad encontramos la ausencia de un control sobre su horario de trabajo, únicamente pasando por registro a informar de que se hace huelga se puede conseguir perder el sueldo del día.
La distancia entre una huelga de verdad y una huelga universitaria queda determinada por el parecido asombroso de la segunda con un cierre patronal. Esta tremenda impostura constituye una falta de respeto hacia lo que debería ser la esencia del quehacer universitario: la verdad. Este pisoteo de los conceptos en aras del agit-prop, promovido por los sindicatos, consentido por el equipo rectoral y amparado por el silencio cómplice de muchos que estarán en contra pero prefieren callar por miedo o por comodidad, retrata a esta comunidad.
Pero hay más. Conscientes de la falta de legitimidad para salir a convencer a la opinión pública de que somos víctimas de algun tipo de injusticia, los profesores de Universidad que han montado el lio se han unido cobardemente a dos colectivos que sí tienen motivos reales para quejarse: el de los profesores de secundaria y primaria que dan el triple de clases y cobran lo mismo o menos, y el de los estudiantes, que tendrán que pagar más para recibir el mismo servicio.
Sentados en nuestras aulas, expuestos a este alud de charlatanería y cobardía, están los jóvenes que tienen que sacar el país adelante. Milagros más grandes se han visto, no perdamos la esperanza.
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